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Mostrando entradas de octubre, 2012

Encuentros de cabina.

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M atías tomó asiento en ventanilla. La casualidad quiso que Manolita, una desconocida septuagenaria como él, cayera en su misma fila pero en pasillo. Así lo pidió, por si le entraban las urgencias. Se fijó en ella antes, en la terminal, mezclada entre los otros treinta viajantes del grupo. Se miraron como deslizando los ojos desde la cara a los pies y luego a un punto al azar, con la intención de demostrar que el cruce de miradas era tan casual como carente de intención. Entre ellos se sentó una joven de labios perfilados y pechos turgentes lucidos en un escote generoso hasta el insulto, muralla insalvable, que impedía ver y ya no digamos intimar a los dos ancianos durante el viaje. La chica se incomodó con las miradas de Matías que se reclinaba sobre su hombro intentando saltar los obstáculos, y no tardó en quejarse a la tripulación y pedir cambio de asiento por culpa del viejo verde . La ubicaron en primera, al lado de un ejecutivo de percha y pelo brillante que dejó inme

Suite francesa - Irène Némirovsky

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Libro: Suite francesa. Autor: Irène Némirovsky Ediciones Salamandra S.A. ISBN: 978-84-9838-370-6 pág: 475 (incluye prólogo de Myriam Anissimov y como apéndice Notas de la Autora y Correspondencia del periodo 1936-1945) Precio: 10,45 €  A lguna vez me ha dado por pensar que la mejor novela de guerra sería aquella que escribiera un novelista a pie de trinchera, empuñando una pluma en vez de un fusil, y sintiendo las balas pasando a un palmo de su cabeza. Claro, que ahí correríamos el riesgo de leer una secuencia de acciones frenéticas, sin llegar a vislumbrar el color de las escenas; o peor aún, asistir a un relato desgarrador más cercano a la autoayuda que a una obra literaria. Siempre he creído que el buen novelista debe ser perfecto conocedor de aquello de lo que escribe, pero con la suficiente distancia como para no tomar partido o sentirse parte activa de la historia. Leer Suite francesa de Irène Némirovsky ha roto varios prejuicios que tenía acerca de que un novelista no pue

El entierro de tío Fidel

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M e pone nervioso decir cosas trascendentales. Me pasa mucho con las chicas. Cuando quiero decir que están guapas, termino enredándolo todo, y ellas acaban entendiendo que las llamo rechonchas o zancudas o cuellilargas. Me pasa siempre. Por eso ya casi no hablo, solo escucho y muevo la cabeza.  De todas las veces que me ha pasado, lo del funeral de tío Fidel fue lo peor. Yo tendría quince años y era la primera vez que asistía a un entierro. Me resultaba violento dar el pésame a mi tía porque, cuando la gente lo hacía, ella lloraba y gritaba. Me parecía que le hacían daño y yo la quería mucho. Decidí esperar a que se sintiera mejor, pero el tiempo pasaba y ella peor se ponía, ¡venga a llorar! Llegó el momento de poner la caja en el nicho y ya no quedaba otra. Me puse a la cola. Mientras me acercaba iba practicando y me repetía lo de mi sentido pésame . ¡Lo hice veinte veces por lo menos! Cuando llegué donde ella estaba, la abracé y le dije felicidades . Me quedé helado. Ella lloraba

IRA DEI: La ira de Dios - Mariano Gambín

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Libro: IRA DEI: La Ira de Dios. Autor: Mariano Gambin Roca Bolsillo ISBN: 8492833769 320 páginas. Nota: También disponible en versión ebook en Amazon a 2,84€ S oy Lagunero. Bueno, soy hijo de un padre común a muchos Canarios, la emigración, pero también soy Lagunero de adopción . A esta ciudad vine con quince años y nunca me he marchado aunque en etapas de mi vida no haya vivido aquí. Debe de tratarse de una especie de magnetismo invisible e imperecedero el que ejerce esta ciudad sobre mis pies, que me impide separarme de sus adoquines, a pesar del célebre viruje que pasea por sus calles en invierno.  Ver que “IRA DEI: La ira de Dios” de Mariano Gambin estuviera ambientada en mi ciudad, hizo que fuera irresistible leerla aunque tan solo fuera por la curiosidad de ver sus calles y sus casas coloniales de techumbres enverodadas formando parte de un decorado de novela, máxime tratándose de un thriller.  Mariano Gambín es licenciado en Derecho y Doctor en Historia por la Un

Sábanas vencidas.

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Sus alcobas se tiñeron de malva en la noche, aún cuando solo había maderas gastadas bajo las tejas del techo. Elena en su cama y Carmelo en la suya. Habían encontrado en el baile un resquicio para burlar las miradas: las de la madre de ella apoltronada en la bancada de la plaza, también las del padre por encima del vaso de vino, y las del hermano, con esa mirada del que mata sin hablar. Carmelo imaginaba cómo sería tocar su piel por debajo del vestido, y no podía evitar un arranque de deseo incontenible escapando de sus pantalones, hasta notarlo ella martilleándole el ombligo. Estaban, ahora sí, bailando según lo acordado hacía dos semanas en susurros, juntando sus manos que antes habían acariciado sus partes, aquellas que no se podían nombrar, sacando a bailar sus aromas ocultos. De regreso a casa se llevaron olores mezclados en sudor, el de toda una noche de manos juntas. En sus camas solitarias durmieron acompañados, lamiendo, oliendo, gimiendo, tocando lo propio pensando en